Biografías
Melchor Ocampo (1814 - 1861)
 

Nació el 5 de enero 1814 en Maravatío, Michoacán.

Realiza sus estudios de abogado en la ciudad de México.

En 1833 inicia su trabajo en un bufete, y más tarde regresa a Michoacán para administrar su hacienda, en donde trabaja en el campo y experimenta con los cultivos.

En 1842 es electo diputado y cuatro años más tarde es gobernador de su estado. Cuando es ministro de Hacienda, en 1850, propone un proyecto que arma un gran conflicto entre conservadores y liberales, por lo que es desterrado por Santa Anna, primero a Cuba y luego a Nueva Orleáns, donde se encuentra con otros liberales como Benito Juárez, Ponciano Arriaga y José María Mata.

Ahí se dedica a escribir folletos para promover el cambio político de México. El resultado de esta reunión de liberales es el Plan de Ayutla, proclamado en 1855, y el triunfo del gobierno liberal. Durante la presidencia de Benito Juárez, se desempeña como ministro de Gobernación, de Hacienda y de Relaciones.

En 1859, en representación del gobierno de Juárez, firma con los Estados Unidos el famoso tratado McLane-Ocampo, con el cual el país le cedía al país vecino los derechos de tránsito en el Istmo de Tehuantepec, hecho que ha sido muy criticado y discutido por los historiadores. Melchor Ocampo fue uno de los redactores de las Leyes de Reforma, con las que se logra separar la Iglesia del Estado.

Es famosa una de sus cartas, la llamada "Epístola de Melchor Ocampo", que se acostumbraba leer en los matrimonios civiles.

Murió fusilado en Tepeji del Río el 3 de Junio de 1861 por los conservadores de Márquez. Actualmente sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Epístola de Melchor Ocampo

Declaro en nombre de la ley y de la Sociedad, que quedan ustedes unidos en legítimo matrimonio con todos los derechos y prerrogativas que la ley otorga y con las obligaciones que impone; y manifiesto: "que éste es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y cuando por la Sociedad se le ha confiado. La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo propia de su carácter. El uno y el otro se deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, confianza y ternura, ambos procurarán que lo que el uno se esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse con la unión.

Que ambos deben prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias, porque las injurias entre los casados deshonran al que las vierte, y prueban su falta de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos se maltratarán de obra, porque es villano y cobarde abusar de la fuerza.

Ambos deben prepararse con el estudio, amistosa y mutua corrección de sus defectos, a la suprema magistratura de padres de familia, para que cuando lleguen a serlo, sus hijos encuentren en ellos buen ejemplo y una conducta digna de servirles de modelo. La doctrina que inspiren a estos tiernos y amados lazos de su afecto, hará su suerte próspera o adversa; y la felicidad o desventura de los hijos será la recompensa o el castigo, la ventura o la desdicha de los padres. La Sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran bien que le hacen dándoles buenos y cumplidos ciudadanos; y la misma, censura y desprecia debidamente a los que, por abandono, por mal entendido cariño o por su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió, concediéndoles tales hijos. Y por último, que cuando la Sociedad ve que tales personas no merecían ser elevadas a la dignidad de padres, sino que sólo debían haber vivido sujetas a tutela, como incapaces de conducirse dignamente, se duele de haber consagrado con su autoridad la unión de un hombre y una mujer que no han sabido ser libres y dirigirse por sí mismos hacia el bien".